jueves, 6 de mayo de 2010

Terrible ataque de honestidad.

Me encontraba cagando cuando una mosquita de la fruta pasó revoloteando enfrente de mí. Instintivamente mi mano se abalanzó hacia ella, la tomé con un rápido movimiento, no sabía si la habría podido atrapar. Estrellé mi mano contra mi rodilla y ahí estaba. LA mosquita hecha mierda sobre mi rodilla.

Y pensé que el día de hoy, a eso de las tres y media, fumando mientras observaba a la gente caminando bajo los extremadamente calientes rayos del sol que la vida valía madres.

Demasiado tarde me di cuenta de que ese no era mi lugar. O sea, el trabajar ahí o simplemente estar ahí parado escondiéndome del sol. Esperando a que alguien pase por la calle y me sonría. O que me aviente una piedra. Pero el calor era demasiado. Ni siquiera personas imaginarias sobrias lo harían.

“Regrese a su lugar de trabajo, señor”.

Antes paso al baño, me tallo las manos con fuerza hasta que los padrastros sangran. El olor a tabaco persiste en mí. Observo la atmosfera que ha quedado tras la extinción de algunas de las personas que antes rondaban por aquí. El silencio es no muy alentador. A pesar de la frescura que brinda el aire acondicionado que siento al entrar, ver el paisaje me ataja el deseo de permanecer parado y refrescarme el caliente cerebro. Sin embargo ahí debo de estar.

¿Y porqué?

Porque hace 5 años la vida se cayó. Me secuestraron a base de comida y techo. Después me acostumbre a las malas costumbres y a ciertas personas. Algunas me compartieron momentos de sus vidas y un poco más de sus muertes. Compartimos. Y decidimos desaparecer por espaciados lapsos de tiempo.

Conforme pasan los días y noches me he dado cuenta de que mi manera de perder las cosas que aprecio se hace cada vez más obvia. Y la obviedad a veces hace la vida más cómoda. Permanecer hastiado a cada rato no es justo y es obvio que cansa.

Las densas pérdidas de la memoria hacen que pase por alto algunos de los momentos más agradables de la vida. Sin embargo todo resulta bien y cada quien se va rumbo a su destino. Todo cambia solo que todo sigue igual A pesar de que varias neuronas se pierden en la acción, algunas sobreviven y vienen al gritarles que las necesito. Acudan a mi llamado.

Sin embargo decido ir a sentarme en mi lugar de trabajo, que no ha trabajar. Observo la computadora. Y deseo de nuevo salir a fumar. Abro la bolsita de chicles que he tomado del bowl de uno más de los que ahí trabaja. Veo todos sus colores y los voy saboreando mentalmente. Así ya no me harán caras cuando les hablo cerca. Mi aliento creo que es infernal. Dragonesco.

Me siento trabajar en una especie de limbo. Donde todo permanece frió, sin mutaciones de ningún tipo, con las mismas caras de por vida delante de ti. Y aquellas que cambian no vuelven. Se han de ir quien sabe a donde.

Me jalo los cabellos al recordar lo que no he hecho y que debería de empezar en ese mismo instante. Me levantó y le doy una bofetada a la nueva compañera que es fea y repulsiva. Sus manos son las de un chimpancé que fue quemado vivo, las uñas de los dedos de sus pies son grotescas y deformadas por años de andar en huaraches. ¡Maldita macuarra apestosa!

Al recibir la cachetada voltea a verme conteniendo la ira dentro de ella. Sus reflejos, a pesar de ser una gorda compulsa, son rapidísimos logrando darme un puñetazo en el brazo. Volteo para tomar un tajo de lápices con la punta recién afilada y se los clavo en un ojo.

Los demás compañeros de trabajo ni se mueven. Nadie dice nada. Mi compañera Rofla yace en el suelo de mosaico blanco ensuciándolo con su sangre que cada vez se hace más oscura. De pronto la gente empieza a reaccionar al observar que ahora la estoy pateando con todas mis fuerzas. Gritan mi nombre y algunos weyes me tratan de abrazar, de pegarme y alejarme de ella. Solo una amiga de Rofla se atreve a hincarse y tratar de ayudarla.

Con mano insegura trata de sacarle los 10 lápices que lleva clavados en su ojo izquierdo. A ella también le doy patadas. Justo le doy en la boca y puedo ver como se lleva las manos a su rostro cuando dos compañeros me toman y me sujetan. Logro escaparme de sus brazos de trabajador desnutrido. Brinco por encima de la barra que nos divide unos a otros. Nadie trata de detenerme. Les grito que son una bola de ojetes, hijosde puta macuarros que no hacen nada por cambiar la situación. Solo la señora Raki toma el teléfono para llamar a no se quien. ¿Para qué? Si de todos modos me acerco a ella y le doy tremendo madrazo con su fax. Noqueada cae al suelo. Su cabeza hace un ruido hueco al hacer contacto con el piso.

Salgo del edificio no sin antes ver al policía que corre a hacia mi diciéndome si no sé lo que pasó, que escuchó gritos y ruidos raros. Le digo que no y el cree que salgo de nuevo a fumar.

Me detengo en la puerta del edificio donde trabajo. Destapo una cajetilla nueva de delicados y fumo. Me fumo otro. ¿Y porque aún no me detienen?

5 comentarios:

limbocolectivo dijo...

cool aid.

Anónimo dijo...

Chingon!! rompioquebro por un instante el celofan asfixiante de este maldito calor.

limbocolectivo dijo...

Aire acondicionado a base de letras.

OZKO dijo...

las malas vibras de los esclavos de oficina hacen que los cubìculos de trabajo se inpregnen de una poluciòn psìquica que comvierte a dichos esclavos en criaturas sedientas de sangre, violencia sexual y asesinato poniendo en peligro el alto-rendimiento de los espacios de trabajo y la admosfera de compañerismo. No queda otra que prenderle fuego a dichos cubìculos con la consabida destrucciòn de recursos humanos y demas moviliario de oficina.
Pero no se espanten el seguro lo cubre todo y los muertos no cobran sus cheques quincenales.

limbocolectivo dijo...

Rimbombante declaracion anticubiculos esclavizantes que hay que llevar a cabo dentro de los proximos dias.Gracias apreciado Osval.DU