miércoles, 7 de mayo de 2008

El tiempo no está del lado de nadie.

Y en efecto. Los relojes son mudos de este lado del espejo.

En vez de tic tac sus manecillas son silenciosas. Solo giran en un sinfín de vueltas sobre los números. Y los números son peores.

Uno sobre otro solo se reproducen. Aún restándolos siguen saliendo por doquier. Hasta por debajo del aliento y de los parpadeos de los ojos. Entre más das más cerca estas del final de tu vida. ¿Y el tiempo? Calladito. Él solo se arrastra por debajo de nuestras almas, paseándose y platicando con las sombras de las personas dormidas. De las personas que lo ven pasar y a diario lo saludan. El tiempo se aburre pronto de la estimación de la gente. Los desprecia. En el correr de los momentos, en donde tan sólo algunos, se quedan rezagados y terminan llegando en el último lugar. Arrastrándose.

Pero no lo hacen para sentir pena. Simplemente así son. Lo hacen porque eso es lo que deben de hacer. Llegar siempre cuando ya todo se ha ido. Los momentos solos. Ahí se quedan. Mirando alrededor y esperando que alguien venga por ellos. Solo alguien sabrá si va por ellos o los deja.

Las casitas de metal del tiempo están en las manos de todos. Amarrados cual grilletes a sus muñecas. Disfrazan estas cadenas con modernísimos artilugios de seudolujo y anti tecnología. Para estar viendo si siguen siendo esclavos a cada segundo de su vida. Pendientes siempre de que hora es. ¿Y si llego la hora de salpicar de sangre las paredes? ¿Seguirán apreciando tanto sus casitas de metal, plástico? Seguro que sí.

Hora de la defunción; es lo que todos al morir, escucharemos por primera vez.

No hay comentarios: