domingo, 20 de abril de 2008

Clases de Historia en el Tenampa.

Todo empezó el sábado. Un sábado gris y apachurrado. Como casi todos últimamente. Así que para que este no fuera igual me fui a dar el rol. Antes que nada hay que esperar el maldito camión. Tarda horas en pasar y debajo del sol, peor. Mientras llega observo a las ahora inseparables hormigas. Siempre están donde estoy yo. O yo estoy en donde están ellas. Es igual. Ellas con sus interminables caminitos de aquí para allá. En la parada hay una niña queriendo ser llevada a un lugar por el camino de la luz o algo así por 50 pesos. Los taxi no se paran y ella parece desesperarse. Más yo, pues el pinchurriento camión no hace su aparición. Hasta me hace pensar en ya no ir a ningún lado, comprar un buen seis y meterme a mi cuarto a escuchar melodías bruscas. Pero el destino lo quiere diferente haciendo para a el camión enfrente de mi. Subo acalorado y busco un asiento en donde el poderoso sol no atasque más mi cuerpo con sus santos rayos. Pero es inútil. Me siento y la ventana permite que pasen los rayos ultravioletas directos en mi brazo izquierdo. Bueno que tanto es tantito. Ya más negros no puedo tener los brazos. Calor y aire se mesclan. De mi gorra una gotita de sudor se escurre. Un señor a mi lado saca unas cervezas y se las bebe tranquilamente. Cuando se termina una la aplasta con su bota haciendo mucho ruido. Y la guarda en su mochila. Y saca otra. Pienso que debería mocharse con una. Pero pues no me gusta talonear. Así que mejor dirijo mi atención a unas morritas que suben y que como clásicas niñitas hacen mucho ruido con sus estúpidos comentarios. Fresimacuarrasemotivas. Yurghh. Dan miedo. Se bajan y la atmosfera se tranquiliza. Solo unos rebotes del camión causados por los topes dan el toque.

Por fin llego al destino. Bajo e intento cruzar la avenida. Pero varios autos me lo impiden. Tras esquivar varios camiones y autos logró llegar al otro lado. Prosigo el caminar. A lo lejos se ve una bolita de gente. Me acerco y veo que son puros preadolescentes dispuestos a ir a la fiesta de alguna quinceañera del barrio. Varios niños y niñas apestan a loción barata y visten sus mejores galas. Y todos ellos caminan por ahí. Creo que logró ver ala festejada. Y dijo creo pues es la más maquillada y la que tan solo al pasar a dos metros de mi inunda mi espacio vital con su perfumazo. Una tal Carla se queda corta. Me hace testerear mi nariz. Doblo a la izquierda, camino otros 20 metros y llego por fin al lugar de esta tarde. Entro.

El lugar esta como siempre: Azulejos azules y blancos, doce bebedores adornan el lugar, tres están dormidos, cinco en la barra y entre ellos una lolita que es acechada por un ruquito. Pido un litro y lo degusto con gusto. A mi lado hay dos gentes. A mi otro lado hay dos gentes mayores de edad. Uno más pedo que el otro. A lado de ellos están la Lolita y el ruquito cachorron. Platico con el “bartender” de x cosas. Me alejo de la barrota y tomo asiento en una mesa. Me dedico a ver el lugar. Amplio y muy azul. En la mesa de a lado existe un ebrio dormilón, al cual, le esconden su mochila. Ni cuenta se da cuando el Lobito la toma y la avienta en el lugar de hasta atrás. Ahí están una motocicleta, una bicicleta y cientos de triques. La lolita ha subido sus piernas en el regazo del ruquito y juegan una especie de adivinanzas con las manos. El ruqito roza con sus manos sus chichitas. La niña roza con sus manos la entrepierna del ruquito. Cachorrillos lo dos. Fácil él tendrá unos sesentaños y la niña, me dicen después, 16. El borracho dormilón despierta y se toca la espalda, sabe que le han robado la mochila. Y las chivas meten un gol al Morelia. El dormilón, ante todo la educación, me saluda. Se levanta y trastabilla un poco. Maldice a nadie y comienza su búsqueda. Me pregunta si no vi una mochila azul: Yo le digo que acabo de llegar. Me levanto y pido otro litro. La lolita ya con un descaro total soba la pierna del ruquito. Yo voy al baño. La meada sale como debe. Regreso al lugar donde estaba sentado solo. Solamente que ahora ya esta el dormilón ahí. Me siento y me dice: es que me caga estar solo como pendejo. Bueno.

El cabron este se llama Roberto y me platica su vida. Está pedo pero no tanto. Me dice que por andar de pedo no se fue con un amigo a Macallen. Le digo que ni se ponga triste ni se acongoje. Ni me entristezco ni me acongojo. Es más me vale madre. Y así transcurre la plática. A Roberto todo le vale madres. Todo. Hasta que se cojan a sus hijas. Es su panocha, me dice. Y pueden hacer lo que quieran con ellas. Mis hijas están más preciosas que esa pendeja que esta allá. Veo a la Lolita que para esta hora ya está de plano sentada en las piernas del ruqito. Yo me he cogido a mucha niña, mejor que esa. Órale pues. A Roberto no le importa nada. Ni los carros, ni la moda, ni las marcas, ni las mujeres. Bueno las mujeres no tanto. Me cuenta que el estuvo muy enamorado de una pero que le rompió el corazón. Pero le vale madres. Mmm si le contara Roberto. Seguimos con la chorcha. El ambiente ya esta demasiado tranquilo. Aún y con que a la Lolita ya la están besuqueando dos ebrios más. Mejor hay que movernos le digo a Roberto. Sale. Pero antes me voy a tirar una caca. De nuevo en el baño la caca pulkera sale con gusto. Ahh me siento más liviano. Parece que comí dos bistecs. Pero no. Solo fue pulke. Al salir del baño ya no hay nadie. La lolita y su comitiva han huido. Me despido de Uriel y salimos con rumbo al Tenampa.

Roberto me dice que este barrio es peligroso. Que te la debes de saber porque sino te madrean. Le digo que para que esperar que te peguen si puedes correr. Me podrás partir la madre pero antes me debes de alcanzar. Eso sí, dice Roberto. Y por fin se sonríe. Después de todo no odia todo. Me cuenta de cómo en Monterrey un día se topo con un alto mando del ejercito y de cómo le ayudo en una operación ultra secreta. Vaya vaya con el Roberto. Hasta agente especial resultó. A sus 65 años es todo un cabrón. Aunque este día se haya quedado dormido, le hayan escondido su mochila y haya perdido su vuelo a Macallen, Texas.

Llegamos al famoso Tenampa en donde usted es atendido por su bella propietaria. Roberto me deja ahí y se va. Yo me quedo. Pido una cervecilla. Tomo asiento. Las bellas edecanes meseras atiborran el lugar. Todas ellas gorditas panza chelera. Unas con pants y chanclas; otras con vestidos pegados a sus robustos y sudorosos cuerpos. Todas ellas riendo medio borrachas. Y todas feas como solo ellas pueden serlo. Creo que ese es su principal atractivo. Ser tan feas. La que está a mi lado parece el doble de Paquita la del Barrio. Y trae un pegue sensacional. Pelo güero, lentes de fondo de botella, vestido negro semitransparente y zapatillas doradas son su marco. Pido otra cerveza y le pregunto a la doña si puedo subir al segundo piso. Me dice que si pero que no hay nada. Antes entro al baño y como me suele pasar, entro al de mujeres. Shit. Ya ni modo. El lugar es tan pequeño que no sé si esa puertita es del baño de hombre o mujeres. Solo al salir me doy cuenta de que tiene un letrerito que dice: DAMAS. Ups. Ni modos. Abro la llave y lleno una cubeta para limpiar el baño que usé. Después subo al segundo piso. Al VIP como le dicen. Y enserio no hay nada. Solo tres mesas, una ventana y una especie de toliet cubierto por una puerta de metal mal cortado. Rústico hardcore. Al poco rato sube una pareja a darse de arrumacos. Para no ser mal tercio desaparezco. De nuevo me estoy abajo. Pido otra cerveza. Entre toda la concurrencia sabatina hay un viejito súper arrugado y de sombrero igual de viejo que él. Está como dormido. Por un momento me recuerda a mi abuela. Me le acerco le pregunto si esta triste: Querétaro ya no es lo que era, me contesta. Y de ahí no parará de hablar conmigo durante por lo menos una hora. Me recita todos los cambios de gobierno de este lugar y de la república. Los cambios de gobernadores, sus nombres, sus querencias, sus errores, sus metidas de pata. De ahí se salta a la revolución, habla de Madero, de Santa Anna, de Plutarco Elías Calles, de López Mateos, de aquí y de allá. El viejito ha despertado y todos lo van a escuchar. Pido otra cerveza. Habla de la pobreza de México y sus pinches habitantes, habla de los estados unidos y de porque es más chingon que México. Hasta las putitas que acaban de llegar como que presta atención a la breve pero maciza historia del don este. Voy al baño de nuevo. Pero Don Felipe ya se ha ido. MMm. Se me hace que esta noche solo me acompañan fantasmas. Platico un poco con ellos y se van. En su lugar esta una redondísima laidie. Le pregunto su nombre. Carmina se llama. Mejor me voy.

Salgo con rumbo desconocido. Solo mis pies saben que dirección quieren seguir esta noche. Así que no opongo resistencia y los sigo al pie de la letra. Por aquí, por aquí llego a donde se juntan todas las noches las Damas de la Noche, ja. Y Damos también. Saludo a todos con educación. Sus voces delatan su sexo. Me meto a un bar creyéndolo un bar. Pero una damita me dice que no es un bar. Mejor me salgo del bar no bar. Necesito una cerveza. Le pregunto a las susodichas (estas si son mujeres o al menos parecen) si no hay un Oxxo cercano. Me dicen que por la esquina. Voy a la esquina y compro una cervecita de lata. Regreso a ver a las chicas. Una chaparrita chimuela me pregunta por su chela. Le doy de la mía. Pero me deja con la mano extendida pues un cliente llega. Mejor me voy a platicar con la que se ve la más sabia de todas. Una señora delgada de pelo blanco que al verme con senda cervecita en la mano me dice: Te van a apañar los tiras si te ven chupando aquí. Le hago caso y sigo mi camino. Rodeo el río tomando traguitos a la cervecita. A lo lejos se escuchan mariachis. Sigo mis instintos y llego a un minigaribaldi con banditas de músicos por doquier. Entro al bañito de ahí. Claro antes hay que pagar dos pesitos por mear. Pago y meo. Salgo y me siento en los columpios. Unos niñitos se acercan y se mecen junto a mí. Solo que estos piches columpios están arreglados para no subir demasiado. Por más esfuerzo que hago no llego ni a dos metros de altura. Hasta lo niñitos están decepcionados de estos columpios. Buu. Columpios chafas.

Mis pies siguen queriendo caminar. Pues caminen que yo los sigo. Es lo bueno de tenerlos de mi lado.

Más calles por caminar, más gente rara por ver. Llego a un puente que pasa sobre la carretera libre a Celaya. Brinco la protección y me colocó a un costado de la pendiente de cemento que todo puente tiene. Ahí me fumo unos cigarros viendo pasar a los tráileres a toda velocidad. La Luna alumbra poca madre este sitio. Creo que nadie antes había descansado por aquí. Y nadie me ve, que es lo mejor. Otra vez invisible.

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