miércoles, 9 de abril de 2008

Regálame esta noche.

Se cansó de creer en los milagros.

Sabía de qué de está no tenía salida. Al menos no inmediata.

La locura tocó su cabeza como si doscientos martillos la golpearán al mismo tiempo.

Ni la santa voz de ella la pudo apaciguar.

Mientras tanto, con pasos muy cuidadosos, se mantuvo firme en el trazo que le habían asignado.

Tenía que soportar (más de lo que un humano pudiese) esa carga instantánea.

Saber que no podía decirlo. Saber que podía ser un crimen. Pensar en que la lozanía del tiempo se había terminado. De todos modos nadie lo iba a querer ayudar.

El tormento era casi igual a perdida total de la memoria, una sordera cruel y una ceguera atroz en tan solo un parpadear de ojos.

Pensó en todos los milagros juntos. Al mismo tiempo y en un mismo lugar.

Pero no ocurría. Tuvo que vivir con eso toda la vida.

Y seguir como si nada.

1 comentario:

Paula Muñoz Inclán dijo...

ni la voz de ella, ni darle de comer a los peces?!?! grave...