lunes, 21 de julio de 2008

No se aprende olvidar.

Entre más pasos daba más le crecía la memoria. No dudaba ni por un momento en la inutilidad de la travesía, pero sus pies se negaban a detenerse. Como un ciego con ganas de ver de nuevo caminaba sin pensar. Solo le interesaba caminar. Hacerlo lo más posible, caminar.

Aún con las extrañas sustancias corriendo por su torrente sanguíneo la imagen de ella seguía palpitando en su cuerpo, con sus pupilas tan dilatadas que muy bien podía ver por entre las sombras de los árboles secos y el pasto crecido y las grandes piedras del terreno caminaba.

La luna y la noche suelen ir de la mano y esta ocasión no podía ser diferente. Solo las nubes interrumpían el bello idilio de ese amor entre dos mujeres: noche y luna amándose. Y él era testigo mudo de los intentos de las celosas nubes por separarlas; a la luna y a la noche, que tapaban la tenue luz que iluminaba el camino.

Cansado de no saber por que lo hacia decidió dejar de pensar en caminar, más no se detuvo. Desvió el pensamiento hacia la imagen de ella secándose el cuerpo bajo la luz de un foco de 35 watts, remembro la última noche (casi arrebatada ya) junto con las 125 risas, visualizó el justo momento en el que ella ya no era más de él y se detuvo. Se sentó a ver sus manos las cuales le temblaban. Se meso los cabellos y se limpio los ojos quitándose los lentes. En su dedo índice quedó una pestaña de color café claro.

Volvió a ponerse de pie y escogió el camino de la izquierda, sabía que por ahí llegaría más rápido a su hogar. Su visión a pesar de haberse limpiado los ojos se hizo nublosa y tuvo que caminar más despacio. Hacía rato que la luna y la noche se habían ido junto con el recuerdo de la dama de vestido blanco. Ahora el sol iluminada casi con pena la calle y todo lo demás. El frío era inexistente. Sus pies le gritaban a toda voz: ¡Para por el amor de…¿quién?

Así que no se detuvo. Imaginó que al llegar a su hogar una señorita con voz de azafata le dijera: Muy buenos días tenga usted, favor de pasar a tomar un baño con agua caliente para después meterse en su cama con colchas recién planchadas y almidonadas. Todo por cortesía de Aerolíneas del Paso.

Obviamente nadie lo recibió. Ni un baño con agua caliente ni colchas limpias ni cortesía de nadie. Simplemente abrió la puerta y entró. Se quitó los tenis hirvientes despojando a sus pies también de las calcetas grises y olientes a un largo caminar. Bajó a su recámara y se quito la playera húmeda de sudor mañanero, aventola a una silla que usa de vez en cuando para sentarse y mirar la foto de la mujer que lo tiene así. Pero esa mañana, tras caminar tanto decidió hacer lo que nunca antes se le hubiera ocurrido: Se subió a la silla y tomó la foto enmarcada en un viejo marco de madera de caoba, volteó la foto y desarmó el marco para sacarla, una vez terminada esta acción (dudaba un poco si sacarla o dejarla de nuevo ahí, eternamente viéndolo sin verlo en verdad) se le quedó observándola durante unos buenos minutos, demasiados, y volvió a recordar cosas (conversaciones enteras entre ella y el, exclamaciones de asombro, lágrimas por parte de ambos, risotadas extasiantes, paseos en ciudades extrañas, manos y piernas, casi todo) para después devorarla. Se comió la foto. Sin sal ni agua. Se la comió entera sin ni siquiera partirla con las manos, casi se ahoga pero contuvo la respiración para proseguir con su extraña tarea. Hasta que se la termino. Un leve eructo le brindo un poco de alivio.

Solo así pudo dormir en paz. Con su cuerpo lleno de ella.

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