martes, 22 de julio de 2008

Para siempre...nunca.

A pesar de todo él no iba nunca a borrar nada, de hecho lo que el hombre quería era volver a empezar de nuevo el dibujo. Por más que a los plumones se les acabara la tinta, que al lápiz se le achatara la punta, aunque sus dedos se quedaran tiesos con artritis él no se iba a dejar ganar por unas cuantas noches dejado en el olvido recio, seco y paradójico.

Solo tenía en mente finalizar ese absurdo, aunque siempre bien soportado, deseo de terminar lo que había empezado. Sabía que se trataba de una pared gigante como una muralla y a pesar de que su “técnica” era muy poco aceptada por la gente a él no le importaba tenía que proseguir hasta finalizar de iluminar esa pared.

Por muy extraño que parezca el hombre se había enamorado de esa pared (yo ya lo había hecho antes, solo que nunca tan angustiosamente) y por el lado que le vieran a todo mundo le resultaba incoherente que un hombre se pudiera enamorar de algo así. Tan inerte, tan sin vida, de una pared!

Pero él no escuchaba razones ni las necesitaba. Su única razón de vivir era estar con esa pared. Hablar con ella, acariciarla con los trazos que delicadamente esparcía por su superficie, coloreándola toda. Llenarla de color era su vida.

Hasta que en una noche tratando de ver en la densa obscuridad (alumbrado tan solo por una vela pues decía que ninguna luz iba a tocar a su pared al menos que fuera la del sol) sintió que una fría mano le tocaba la espalda. Tan solo sentir esos dedos le hicieron sentir escalofríos por toda la columna vertebral. Se volteó y pudo ver a una niña de escasos 10 años y con unos ojos que parecían no tener fin. Habló con ella:

--Hola.- - Saludóla.

--Hola, ¿Cómo estas pintor?—Respondió ella con una sonrisa muy…seria.

--Pues aquí pintando. ¿Se podría hacer otra cosa?—Le aseguro él.

--Claro. Puedes venir conmigo y jugar un momento. —La niña seguía seria. Mucho.

--Este… no tengo tiempo amiga. Estoy muy ocupado pintando esta pared.

--¿Desde cuando soy tu amiga si acabo de conocerte?—Le pregunto ella al dudoso pintor.--¿Por qué me dices amiga?

El hombre decidió no prestarle atención a la niña. Le parecía ridículo que a esas horas de la noche una niña de su edad estuviera haciendo esas preguntas. De seguro su madre vendría por ella en unos cuantos minutos. Sin embargo ella seguía preguntándole cosas.

--¿Cuándo terminaras de pintar?, ¿Seguro qué no estas loco? Esta pared es gigante, ¿De que color es la vida, el amor, la esperanza, el olvido?, ¿Te has dado cuenta de que no amanece?

El hombre, dejando de lado sus pinceles se propuso responder estas extraña preguntas.

--Mira niña. Un alma solitaria como la mía no necesita saber del tiempo así que no sé cuando termine de pintar. De estar loco de seguro no te estaría viendo ni te respondería con esta seguridad a tus preguntas. Y de seguro no estoy loco pues todos los día veo a gente que aunque no me pregunten nada siento en sus miradas las mismas preguntas que tú me estas haciendo ahora. Y sí, la pared es muy larga. Y los colores de la vida, amor, esperanza u olvido se los da cada quien. No importa si tu “paleta” de colores es básica o muy complicada. Tú sabrás que colores ponerles. En mi caso pongo los que más me gustan, aunque la verdad—La niña lo miraba absorta—no me importa si les gustan o no a la demás gente. Y por último, si, ya vi que no amanece, pero ¿Ya sabes que estas muerta? Aquí en la muerte nunca amanece ni anochece, el día está según tú ánimo. Para mi es de día, chance para ti es de noche y tu tristeza infinita (la puedo ver en tus ojos) hace que veas todo de noche. Yo alguna vez me sentí así. Creía que nunca iba a amanecer pero al darme cuenta de que estaba muerto supe que nada ni nadie me iba a dar lo que yo quiero ni deseo. LA vida me arrebato lo que más quería, es más todavía la quiero, pero muerto como estoy, solo pintando esta pared espero algún día poder verla y abrazarla. Ella es mi pared. Así podré verla en cuanto llegue y los dos partir hacia se nos designe.

La niñita lloraba. Ahora sabía que ya estaba muerta pero hasta que el pintor se lo dijo no lo podía creer. Se dio la media vuelta y caminó. No sabía a donde ir. Hasta que escucho al pintor decirle:

--¿No quieres acompañarme a pintar? Ven te presto un pincel y varios colores.

La niñita corrió a tomar el pincel y los colores. Alegre, por primera vez en años, sonreía.

Los dos pintarían la pared hasta que ella llegara.

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