martes, 22 de enero de 2008

LA diferencia entre

Vicio, adicción y costumbre puede ser amplia.
En lo particular creo que yo sufro de las tres.
Varias personas aledañas a mi me lo han dicho.
Lo que ellos saben (sin afán de molestar) es lo que ven. Que fumo demasiado. Un chingo para ser exacto. Observan como después de un cigarrito a los 10 minutos ya deseo fumar otro. Si no estoy en compañía de gente que en verdad se saca de onda lo hago. Si no, me aguanto o invento algún pretexto para hacerlo.

Estos últimos días mi cuerpo (de nuevo) se ha resentido por el exceso. Ahora es de humo de cigarritos. La tos es poderosa y viene acompañada de flemáticas flemas entre verde claro y gris triste.

Algunos se van con la finta de que según dicen son pedazos de pulmón pero yo no lo creo. Aunque algunas veces ya ni es necesario hacer algún esfuerzo para que salgan las flemas pues ellas salen solas. Vuelan desde mi boca al suelo sin el menor esfuerzo. Cual es virus extraterrestres.

Ahora. El problema es que por más que deseo, de verdad, dejar de fumar cuando mi cuerpo responde de esta manera él mismo me pide otro cigarrito. Mi cerebron pide más nicotina. Y si no se la doy no se que pueda pasar. Lo más seguro es que no pase nada. Y ya. Pero esa maldita ansia de tener el tubito encendido y dejar pasar el humo a la boca es un placer que se niega a desaparecer. Aunque se me sean escondidos los paquetes encuentro alguna forma de conseguir una que otra colilla. Lo más fácil es ir a la tienda y comprar otra cajetilla.

De alguna manera engaño al cerebro al fumar solo mitades de cigarros. Ja. Casi siempre gana Don cerebro pues tan solo tras dar unas caladas ya voy sacando la otra mitad.

Me escondo en el baño para fumar esa bacha que he encontrado en la bolsa trasera de mi pantalón. Salgo a la tienda con el pretexto de comprar una Coca pero en verdad me fumo dos cigarros en menos de 10 minutos. Entro de nuevo al edificio y detrás de mi me sigue la estela de olor.

La punta de mis dedos ya es de color naranja. Y el olor es tabaquero machín. Me los podría chupar si con eso se me quitaran las ganas. Pero es inútil. Con tan solo imaginarme el sonido del encendedor al hacer trish, ver como la flama sale y enciende el pedazo de papel con tabaco envuelto, dar unas caladitas al cigarro, ver el humo volverse loco entre el viento. Agrandarse voluptuoso y presumido entre la gente, y sentir como se deposita en la gastritis que habita mi estomago.

Fumo por que me permite crear espacios de libre pensamiento. Al menos cuando estoy en el trabajo me permite salir a ver los autos. Y jugar con fuego sin quemarme. Ver la “fresita” en la oscuridad de mi cuarto es pacificador.

Fumo porque me da tranquilidad saber que todo lo que dicen sobre el cigarro es mentira.

Fumo por el placer de fumar. Más de uno estará de acuerdo conmigo. Fumo para recordar al amigo de mi papa que murió por fumarse dos paquetes de cigarros a la semana. Paquetes de 12 cajetillas cada uno. Y Delicados. Ovalados. Rubios. Si señor. Cof cof. Juarghhhhhhhhhhhhh.

Spit!

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