jueves, 17 de enero de 2008

Marsupio muerto sonriente.

Era chistoso ver a los tres personajes tratando de convivir de manera justa en el stage.

Cada uno deseaba ser el punto de atención de los espectadores. Pero no se daban cuenta de que el principal personaje era el que menos hablaba. Era el animal que se situaba en medio de los otros dos.

Mientras los otros dos intentaban hacer cuasi malabares de actuación real, el marsupial mudo se llevaba los aplausos.

Al terminar la obra los dos que si hablaron durante la presentación tomaron al mudo y lo llevaron al lugar más recóndito del teatro. Ahí le clavaron un cuchillito en forma de corazón directo en el estomago. El pobre mudo se murió desangrado y tratando de decir cosas.

Los dos que si hablaban se le quedaron viendo hasta que los últimos estertores de vida desaparecieron. Dejando al mudo, mudo para siempre.

Ahora si todos los aplausos serían para ellos dos solitos. Nada de estar compartiendo crédito con un insignificante animalillo.

Al otro día se pusieron sus mejores galas para dar la actuación de su vida. En medio del tercer acto, de pronto, de la nada, más bien de los confines de la Tierra un maldito temblor comenzó a cimbrar todo el esqueleto de concreto que era el viejo teatro.

La multitud antes absorta con la excelente actuación que se estaba llevando enfrente de sus ojos tuvieron que dejar de ver a los actores y ponerse a salvo lo antes posible.

Pedazos gigantes de mármol, pedazos de fierros, toda una parafernalia de teatro volaba por los aires. Todo eso se mezclaba con gritos, polvo y sangre.

Tras unos segundos de caos y muerte llego la tan ansiada tranquilidad. Silencio sepulcral. Solo un pedazo de tela roja carmesí que ondeaba de un largo pedazo de varilla acariciaba la cabeza de los actores principales.

Ellos se pusieron de pie. Se sacudieron. Y prosiguieron con la obra hasta su fin.

Cero aplausos. Solo un fantasma mudo los veía. Claro que él si sonreía.

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