lunes, 17 de marzo de 2008

Cualquier semejanza con el autor...

Tan solo fueron segundos. Miles de ellos juntos, pero de todos modos eran segundos. Que se quedan atrapados en una diminuta burbuja.

Esa burbuja explota dejando escapar los segundos uno a uno. No es necesario un alfiler o algo punzocortante para que la burbuja ceda. La misma fuerza de esos pedazos de tiempo es la que hace que se rompa. Los segundos empujan la delicada membrana hecha de ese material casi intangible llamado reminiscencia.

Así es que los segundos quedan libres y revolotean por todo el lugar como si fueran mariposas drogadas. Algunos pueden ser tomados de nuevo y volverlos a encerrar. Otros, los más, se quedan en el aire. Y pueden ser identificados mediante un leve roce con la realidad. O con una mirada de soslayo en la pantalla. Ahí están esos preciados segundos. Se juntan y se recrean como átomos de materia. Se hacen visibles pero no por eso los puedes tocar. Son como fantasmas.

Y ahí seguirán. Congelados.

No depende de nadie que sean devueltos a la vida. O que se regeneren. El tiempo no se regenera. Solo prosigue, indetenible. Y solo nos quedan esos segundos burbujeantes. Que sirven para deleitar a la memoria.

Y para eso tengo mi atrapa burbujas.

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