martes, 4 de marzo de 2008

uny-ka-thu.

Parece ser que se resiste. Todavía hay tiempo de darle veneno.

Pero uno nuevo. Sí es que se le puede llamar así. Aunque es antiguo.

Depende de las cantidades que surge efecto. Poca mata, mucha hace que vivas un poco más.

A pesar de estar encerrado puede ser que tu alivio no sea que salgas, ni que veas la salida fácil o que te hagas ilusiones baratas; sino que más te introduzcas al laberinto.

Con pocos decibeles en el viento trato de complacerme. Es lo que hago.

Disfrutar de matanzas ajenas bien orquestadas.

Querer ver las luces desde el cuarto pero aburren. Y traen recuerdos.

Nada con que sufrir. Todo alejado. Aún las vías se notan.

Salgo a la calle mejor. La noche es medio fría y en la calle pasan autos muy esporádicamente. La lluvia deja ver reflejos de esas luces. Las llantas y su sonido al hacer contacto con el agua. La lluvia todavía sigue. Ni me había dado cuenta. Aunque ya es solo chipi-chipi moja mis cabellos y el agua se escurre por mis malditos lentes. Se resbalan. Y caen. Los levanto y limpio. Prosigo mi camino a donde voy. Llego al lugar y entro. Una explosión de colores vibrantes azota mis ojos. Acostumbrados los dependientes a que llegue de madrugada nadie se sorprende. Escurriendo agua y pidiendo un paquete de faraones sin filtro. Pago y me voy. La luz roja del semáforo para a los autos. Cruzo la calle sin fijarme que se acerca una camioneta a toda velocidad. Me pasa rozando. Y mis lentes se han caído de nuevo. Los levanto y los limpio. Llego al otro lado de la acera y prendo un faraón sin filtro. Enciendo un cerillo prendiendo mi cigarro. Se mojó un poco pero hasta llegar a casa sigue prendido. Abro la puerta y se apaga. Prendo otro.

Y de nuevo se acerca la imagen.

Vestido casi azul. Muy poco visible. Pero diario en mente.

Miles de ideas. Solo un objetivo. Apesta a imposibilidad.

Se ve tranquilo el interior. Exteriormente no se sabe nada. Me imagino una casa sin adiós.

Ataque al corazón. Es lo que alcanzó a escuchar. De fea manera terminó la vida del dictador. Tan solo hace poco había demitido a su brutal dominio del país. Aún así hay grandes sectores del pueblo que le lloran. Había olvidado que tenía el televisor prendido. Lo apago. Abro el refrigerador y encuentro nada. Vacío. Mis tripas necesitan alimentarse. Y pronto. Hablo con un amigo por teléfono. Me recuerda el escondite de los billetes de emergencia. Lo había olvidado. Le doy las gracias. Levanto el sofá y debajo hay un agujero en la tela. Meto la mano no sin antes clavarme una punta de algún clavo mal colocado. Al revés de hecho. Alcanzo una bolsita de plástico llena de billetes. Me rio. Puros de a veinte. Apenas me alcanzará para unas naranjas con chile. Pero bueno, algo es algo.

La señora de las naranjas pone un extraño empeño en cortar las naranjas. Demasiado. Se me ocurre que pasan dos cosas: Que la señora a pesar de sus amplios brazos no pueda tener la fuerza de partir una narajota ó dos: Las naranjas están extremadamente duras.

--Con chile joven?

--Poco.

Recibo mi bolsa con naranjas rojas de tanta picosa salsa que la señora gorda le ha puesto. Mi cabeza comienza a picarme. Cada vez que me enchilo me pica. Y a sudar igual. Le había dicho que poco chile y resultó todo lo contrario. Ahora tengo ganas de regresar y decirle que me de otras sin tanto. Pero ya no esta. La camioneta se la ha llevado. Las naranjas están tiradas. Igual su cuchillo. Mejor me regreso a mi casa. La televisión me dice que unos elefantes están muy bravos matando gente en Bombay. He vuelto a dejar la tele prendida. La apago y abro el refri. Vacio. Tomo mis naranjas y las como sin singular alegría. Me acordé de alguien. Me rio. Me empiezo a enchilar de verdad. Me voy a mi cama. Pongo una película y la veo medio aturdido por la cantidad enfermiza de salsa picosa.

Cantidad de una piel que no se puede tocar.

Verdad que no quiere ser guardada en los cajones.

Incapacidad para sofocar la tendencia a vagar.

Y cuentan que suspirar no te hace regresar, a ningún lado.

Termine de ver la película. La cual resulto ser un fiasco. Demencia del autor del script, temblores de cámara baratos, fotografía de Juan Orol, dirección con síndrome Down, actores de pacotilla es decir mucho, efectos traducidos, una porquería de película. Y me volví a acordar de alguien. Me reí. Me asomé por la ventana y me di cuenta de que las luces si cumplen con sus amenazas.

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