jueves, 13 de marzo de 2008

Deseando una copa de thé

Resulta que la putrefacción no te ha llegado.

Y menos llega cuando te crees tan podrido.

Escuchas las platicas, ves a la gente y te crees tan limpio.

Hablas con cadáveres. Y te sientes como si fueras el librador del mal. Y aún así quieres más.

No me denoto como un simple humano. Siempre quiero demasiado. Todo.

Sin más. LA grieta que separa la verdad es tan frágil como tus impulsos para escribir. Que hay gente. Que hay flojera, pero existe la necesidad nunca antes vista. LA necesidad de gratificar a Satanás.

Maldito seas polvo gris que ni ayudas pero como confundes.

Enviadme más curvas.

Sangrar más del corazón.

Que la única razón existe en las bondades de la chica que desaparece cada vez que el miedo personal le atribuye.

Del terror que tiene el portador de tristeza que invoca la presencia del iluminado diablo.

Aquel que vomita heces cuando de amor quiere hablar.

Del YO mismo que se evacuó cundo la bestia me visitaba.

Que aún sabiéndolo jugó con las cartas de Satán.

Que inútil plegaria hago, cuando todo se hunde en la desmemoria.

En un desconocimiento de las cosas. Presumido. Que nunca dijo.

Pero que apenas toma tres segundos el tiempo y toda la miel se desparrama.

Puedo negar la simplicidad de estas cosas. Pero no tu complejidad que me encanta.

Y que muero siete millones de veces para que veas que mis ojos no te ven.

Sin mentor. Sin mentir, Sin negar.

Me envuelves en oxido de carbono en los pulmones de un campesino.

Deseo, quiero te, amo te, pero la pinche mierda asquerosa del mundo que me tocó vivir solo desdibujó lo que yo creía que era.

Maldigo la hora en que nació el niño cuando te dije la primera desvanecencia.

Corto mi lengua por haberte dicho cosas que son nada.

Sangre y más.

Tripas, sangre, hígados y un poco de muerte.

No funciona la mente.

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