martes, 11 de marzo de 2008

La luna ayer.

Estimada concurrencia, gente, público y demás, de antemano gracias por venir a este Teatro a observar las más impactantes actuaciones de nuestros carismáticos actores. Les aseguro que no se sentirán defraudados al poder notar el poder histriónico de estos chavales. Sus edades van desde 5 a 25 años. Sé que es poca edad para ser considerados grandes actores, pero permítanme decirles que en cuanto vean su actuación no lo dudaran ni por un segundo.

También he de advertirles que puede ser que algunas de las damas presentes caigan bajo el influjo de los ojos de nuestro actor principal. Más que un aviso para ellas es un aviso para sus novios, esposos o amantes. He de decirles que el joven Nassir Haramas es culpable de más matrimonios rotos que un mapache en una tienda de porcelanas finas.

Pero esta advertencia no es solo para ellas. También para los caballeros tenemos a Frambuesa Adams Smith, la belleza sureña hecha de diamante, que con tan solo 19 años es capaz de derrocar reyes, hipnotizar magos, despertar al más viejo de los hombres con tan solo pasar mover un dedo. Es tal su belleza que…mejor véanla por ustedes mismos!

Y no me cabe la menor duda que para todos será sorprendente ver en acción al niño prodigio de dos cabezas, o al niño más grande del mundo y no dejar atrás al amo del millón de voces, así como la niña ilógica y el niño mono-lobo –chino hijo del Yeti. Se me olvidaba decirles que no hay devoluciones de ningún tipo.

Y ahora si: A disfrutar de la función!

Al terminar la función todos los espectadores salieron satisfechos. Comentaban todos los actos. Las luces. La belleza de las chicas y de los chicos. Y lo terrorífico del hijo del Yeti.

Sin embargo un joven iba serio y solo. Ninguna belleza le impactó. El prodigio era muy normal. Con dos cabezas es lógico que alguien piense más. Se sentía defraudado. Aislado de los demás. Y seguía sin entender el porque de su extraño sentir. Observaba a la gente feliz y sonriente. Él todo lo contrario. Vacío de emociones. Se fue del lugar.

Llegó a un café cercano del teatro. Se sentó en una mesa y pidió un café. Lo pidió más caliente. En el tiempo entre que le llevaban de nuevo un café caliente y él abría su periódico puedo observar como una chica llegaba al mismo café donde él se encontraba. Sn sentó a tres mesas de él. La chica era blanca con cabello negro. Unos hoyuelos en sus mejillas le sorprendieron. El cabello le llegaba apenas al terminar su cuello. Iba vestida con un pañalón azul y suéter negro. La camisa era azul claro. Sus zapatos eran muy extraños. Llegó el café.

Mientras sorbía su cafecito, el joven observaba a la mujer. Cuando ella volteaba el disimulaba leyendo el periódico. Pudo ver que tenía los ojos café claro y que unas largas pestañas los adornaban. Labios delgados y muy rojos. Nariz algo recta pero aguileña al final. Manos delgadas. Muy finas. Esa sí que era una belleza pensó el joven ya de plano mirándola directamente sin reparo. Ella tuvo que voltear. El joven ni siquiera titubeo al sentir que el café estaba ardiendo. Ella se levanto y se fue directo al baño. Joven serio no podía creerlo. Pensó en la situación. Algo tenía que hacer para saber su nombre, edad, trabajo, si tiene novio, vive sola y porque estaba ahí sentada sola.

La chica tardó bastante en salir. El serio joven también tardo bastante en terminarse el café. Hasta que ella salió. Y el volvió a mirarla. Ella se le quedó viendo también. Y ella fue la que se acercó a él.

--Disculpa pero ¿qué diablos me ves?

El se quedó mudo. De cerca no se veía tan bonita.

--Es que te (nótese que la tutea) pareces a una prima que ya murió.

Ella, chica bella de verdad, se quedó pensando.

--¿Ah si?

--Si. Demasiado.

En eso las luces se apagaron. El café quedo a oscuras. Y ya era de noche. El joven se paro de inmediato a cerciorarse que la chica no se había ido. Chocó con ella al levantarse. Le dio un cabezazo en la barba. Ella tampoco se inmuto por el golpe. Se sentó y dijo.

--Es normal que se vaya la luz. Más a esta hora.

--O sea que suele suceder.

--Si.

Se sentaron los dos. Los meseros prendían velas y lámparas de keroseno. U gerente se acercó a ellos para preguntarles si todo estaba bien.

--Si perfecto.

--Gracias.

Varios minutos y nada. Ni luz ni platica. El joven era muy tímido y ella pues simplemente no decía nada. El encendió un cigarro y le ofreció una a ella. Aceptó. Con la luz de su encendedor pudo de nuevo ver su belleza imponente. Una belleza que con el fuego parecía mágico. Que cursi pensó para si mismo el joven. Se quemó el dedo pero no sintió dolor. Le preguntó.

--¿Vienes seguido a este lugar?

--Si. Más o menos.

--Sirven buen café.

-Si.

--Me llamo…

--No me interesa saberlo.

--¿Cómo?

--Que no me interesa saber tu nombre.

--¿No?

--De verdad. Te puedo decir el mío. Si es lo que quieres.

--Está bien.

--Confianza Espera.

--¿Confianza Espera?

--Sip.

--¿Y eso que significa?

--No sé. Mis padres me llamaron así.

--Puede ser que sea japonés traducido.

--Puede ser. ¿Te terminaste tu café?

--¿Gustas tomar uno conmigo?

--Puede ser.

--De todos modos la luz todavía no llega.

--Esta bien. Que sea americano, por favor.

Los dos bebieron su café sin hablar. De vez en cuando uno hacia algún comentario acerca de algo inútil. Hasta que llegó la luz.

Ella se paró y se despidió de él. Apresuradamente pagó la cuenta y salió tras de ella. Pero ella estaba subiendo a un taxi. El joven no sabía chiflar. Y le dio pena gritar. Pero lo alcanzó corriendo. Se asomó por la ventanilla y le pregunto si quería darle su dirección. Ella se quedó mirándolo de nuevo fríamente. Pidió al chofer del taxi que se detuviera. Sacó una tarjeta y se la dio. El la tomó y la leyó: Recuerda mi nombre. Es todo lo que decía la tarjeta.

Al voltear a verla el taxi ya estaba demasiado lejos.

--Chale.

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