miércoles, 27 de febrero de 2008

Cuando el miedo te salva.

Diana era muy dada a pasar largos ratos junto a su ventana.

Se quedaba viendo la calle pensando en miles de cosas. Se sentaba en una silla de madera que le había pertenecido a su abuela. Abría la ventana y corría la gruesa cortina color amarillo que tanto le gustaba a su mamá. Prendía un cigarro sin filtro y se fumaba media cajetilla estando sola observando las cosas que pasaban por la calle. Autos, gente, animales, basura era su conclusión a diario. Solo cosas. Por más que esperara nada sucedía. Siempre a una hora tal pasaba la señora gorda por sus hijas. En las siguientes tres horas pasaba cientos de jovencitos de la escuela de a lado. Luego pasaba volando algún papel o bolsa de basura, haciendo piruetas como en American Beauty.

Se hartaba de ver la calle. Entonces se sentaba en la misma silla a ver películas viejas. Era una colección que se había formado en sus años de universitaria. Tenía grandes clásicos del cine europeo así como de Hollywood. Le encantaban las películas de Gary Grant, Jerry Lewis y Marlon Brando... pero ninguno le ganaba a su extraña a afición a los hermanos Marx. Hasta se sabía los parlamentos completitos. En las fiestas que hacía muy seguido casi siempre hacía la parodia de Groucho o de Harpo en medio de sus invitados. Algunos, los que no la conocían, se sacaban de onda gacho. Creían que estaba loca pero con el tiempo se les quitaba esa primera impresión.

Yo la conozco poco. La primera vez que la vi fue en una exposición de alebrijes en el Centro. La expo era de un amigo mutuo. El cual nos presento. Al instante me dio la impresión de que la conocía de toda la vida. Después la volví a ver en una fiesta. Ese día nos dimos cuenta de varias aficiones parecidas. Así que nos volvimos amigos. Me invitaba a su casa a comer o ver sus adoradas películas. Yo le llevaba música nueva y le contaba mis ondas de escritura. Ella se mofaba de mis poemas baratos. Aunque algunos les gustaban.

Un día estando platicando con ella pude ver su nuca. Y noté algo extraño. Algo se movía ahí. A pesar de su pelo largo pude notar que algo le respiraba en su parte final de la nuca. Así que le di un manotazo. Ella se volteó y me grito fuera de si: ¡Que te pasa es un ojo nadamas! Míralo.

Se levantó el cabello y pude ver claramente un ojo que me parpadeaba. Era un ojo normal. Solo que en la nuca de Diana. Extraño. Ella siguió su camino a la cocina a traerme unas naranjas para ver la película de ese día. Alcancé a ver que el ojo me guiñaba.

Nunca le pregunto por su ojo. Solo que pensaba y pensaba como es posible que alguien tuviera un ojo ahí. Por eso, pienso que ella a veces se quedaba callada, como meditando al mundo. Supongo que piensa en su ojo y en el porqué es un poco diferente a los demás. Me pregunto si todos los que la conocen más que yo sepan ese pequeño detalle. Me da miedo el preguntarle. Así que mejor nunca le he dicho nada. Y supongo que ese miedo es lo que me tiene todavía como su amigo. Es más, la quiero demasiado…

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