jueves, 28 de febrero de 2008

Teleapatía.

Sucede paulatinamente. Casi sin darte cuenta.

Escuchas de pronto los pensamientos de los demás. Te sientas en el parque y escuchas claramente como cientos de voces se entrecruzan en tu cabeza. Pero no te molestan. Al contrario. Encuentras un extraño sabor a todo eso.

Sabes por default que algunas son voces de las personas que pasan enfrente, detrás y al lado tuyo. Pero quien sabe como alcanzas a definir cuales son voces normales y cuales son las que te llegan no por medio de una laringe, pulmones, lengua y boca.

Te das cuenta de que no son voces habladas sino pensamientos no dichos.

Tratas de localizar a cada uno de los pensantes. Distingues a unos pocos. Otras voces son totalmente anónimas y así se quedarán para siempre. Sabrás que una persona pensaba en llegar a su casa y tomarse un café caliente. Pero nunca le verás.

Lo mismo pasa con las que puedes ver. Hablan de una cosa pero sus pensamientos son como pedazos de sentencias a medio acabar. Enunciados básicos. Muy de vez en cuando logras percibir unos muy complejos. A esos les das un seguimiento especial. Sigues a la persona y hasta que desaparece no dejas de escuchar lo que piensa. Algunas veces ellos sienten tu presencia. Pero tú te detienes antes de que algo violento suceda. Ante todo eres muy civilizado. Odias la violencia. Y todo lo que representa.

Por eso no te explicas como en tu casa y en tu trabajo explotas ante cualquier comentario, sugerencia o consejo. Eres violento desde que esas voces son escuchadas por ti. Sabes que lo que dice una persona a veces no es lo que piensa y viceversa. Eso te enfurece.

Así que he tratado de soportar a la gente. Aunque a veces es imprescindible una pequeña muestra de ira hacia ellos. Así que puedo estar de lo más tranquilo, y en cuanto llega cualquiera con un pedido que yo sé no es lo que piensa, le mando a volar muy lejos.

Existieron días en los cuales este extraño “efecto-mental” me hacía querer morir en el acto. Millones de voces al mismo tiempo. Todas eran filtradas hacia mi cerebro y nada se podía hacer. Solo permanecer quieto en el lugar donde estuvieras. Con los ojos puestos en un punto invisible en una pared me quedaba escuchando por horas lo que sucedía en esas cabecitas que caminaban por todos lados. Se creaba un embotellamiento de miles de cacofonías al mismo tiempo dentro de mí. Salir de eso con vida trae algunas consecuencias.

Una de esas consecuencias es la de que por siempre serás portador de un tipo de locura, que solo algunos detonantes harán explotar. Nunca sabrás cuales son, pero se harán patentes con en el trato que le des a personas aledañas a ti. Muy cercanas. Saldrás de esos trances con cicatrices mentales muy profundas. Que alimentará más esa locura. Pero si lo sabes controlar (Igual como le hacía con las cascadas de voces) puede ser que salgas ileso.

Puede ser que sufras de pérdidas inconsolables o logres aciertos maravillosos. Pero depende de uno. Nadie más puede ser que te crea. Que tome en cuenta eso que te pasó. Solamente con tu auto ayuda podrás salir.

Poco después las voces se atenúan. Y todo el proceso se hace más delicado. Más selecto por así decirlo. Las voces sin importancia se confunden con los ruidos de la ciudad. Ya no son más que ruidos de autos pasando, motores, aviones, música inútil, lloriqueos de niños, claxons, viento, agua, sol, aire, noche, luna, estrellas o llegan a ser simples voces. Sin valor alguno.

Y solo escuchas las que te importan. Solo que ahora las oyes a distancia. Ya no es necesaria la presencia frontal de la persona que estas escuchando. La puedes escuchar a kilómetros de distancia. Ves la voz y automáticamente te imaginas a esa persona. En algunos casos puede ser chocante la intromisión pero no suele suceder muy seguido.

Así que ya lo sabes. No es que te estés volviendo loco. Es solo una cosa más que aporta sabor a la vida. De por si tan quisquillosa.

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