--Ya cállese señor. ¿Que no ve que va a espantar a las pobres criaturas?
Pues si. El señor se calló y salió a caminar un rato. Deambuló por las calles buscando la razón. Estaba así desde que se le murió su girasol. Entraba a las cantinas y empezaba a declamar poemas, después esos poemas se convertían en dilemas universales. Los parroquianos mejor lo abrían. Salía diciendo entre dientes: Pero ha de haber una razón.
Después de su recorrido por decenas de cantinas, siempre las mismas, regresaba a su casita. Más bien a su cuchitril. Entraba y se sentaba en la sala. Y observaba la maceta que alguna vez había cobijado a su querido girasol. La melancolía se apoderaba de él. Y pensaba en una maldita razón.
Pensaba tanto en la razón que a veces la perdía y se quedaba días sin dormir ni comer. Después salía de se burbuja y pedía algo de comer a los vecinos. El sin razón le decían.
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