sábado, 16 de febrero de 2008

Hasta adentro...

Libélula.

Estás hasta adentro de mi nivel celular.

No quiero sacarte. Esfuerzos para hacerlo.

KJDHkjhñLKDJPO (INENTENDIBLE)

Todo esto estaba escrito con un cuchillo en el tronco del árbol que me encontré en la tarde. Parecía como la clave para encontrar un tesoro. O alguna frase mágica que si la leyeras en voz alta se abriría una puertita en el pasto. Por que un poema de amor no creo. ¿O sí?

También podría ser una maldición oculta. Pero no creo. Las libélulas no son malignas. O al menos que sea por eso de caballitos del diablo.

Mejor la apunté en mi notebook digital y me fui de ahí. Tenía que pasar a ver a mi novia. Llegué a su casa y salió linda como siempre. Sonreía y yo también. Salimos directos a un restaurante bar muy chicho de por la zona. Bebimos y comimos demasiado. La fui a dejar a su casa y la besé por un rato. Me despedí y me fui para las clases. De pronto una libélula pasó por enfrente de mi. Fuitttttt. Pasó rozando mi cara. Y clarito vi como de una boquita diminuta salía una voz todavía más pequeña. Me decía: Buenas noches.

Me paré en seco. La libélula como que volteo a verme pero a lo mejor me lo imagine.

Lo que sí no me imagine fue la vocecita. ¿De cuando acá las libélulas te saludan?

Llegue medio atarantado al salón pensando en el bichito ese. Me senté y abrí mi notebook digital. La clase de hoy trataría sobre las células. Ufff. Libélula y onda celular. Justo lo que decía el escrito en sus dos primeros párrafos.

Terminó la clase y me fui al trabajo Ya era de madrugada así que tomé un atajo. Pero unos ladrones me salieron al paso. Uno de ellos con pistola y el otro con un cuchillo bien afilado. Sus destellos me segaban cada vez que la luz del foco detrás de mí lo iluminaba. Así que no alcancé a ver cuando el cuate del cuchillo me lo metía directo en mi pecho. Pum. Se siente raro cuando sientes todo el metal escurriendo por tu carne. El dolor ni aparece. Solo es como una especie de alternativa. Los que haces luego luego es hacerte para atrás. Llevarte las manos al pecho y tratar de alejarte lo más rápido de tu agresor. Pero solo te tambaleas y caes al suelo. Te meten las manos en tu bolsillo o se llevan tu note book digital. Y ahi te quedas un rato. Poquito después el dolor hace su tan esperada aparición. Pum Pum. Las punzadas de dolor hacen que te duelan hasta los huevos. La cabeza la sientes cerrada. Pesada. Las sienes a punto de estallar. Pero nada de esto se compara con el dolor que quema tu pecho. Es un hilo de dolor que crece conforme pasa el tiempo. Arde. Aún el corazón hace intentos de no morirse. Palpita bruscamente y deja salir más sangre.

Es hora de sacarse el cuchillo. La respuesta es dejarlo ahí. Pero como nadie llega y lo mejor es tratar de sacártelo. Pero algo te detiene. Es el miedo. No sabes a qué pero estas que te cagas.

Y haces intentos temblorosos para tomar el mango del cuchillo y sacártelo. Piensas que si lo haces el dolor va a desparecer. Pero el primer intento es erróneo. Te lo encajas más. Y una patada en tu cerebro te hace gritar. No seas pendejo te dices. Suave te recalcas. Ahora despacio tomas el mango. Lo aprietas y jalas para afuera. Listo. Ya no más cuchillo.

Todo estaba en el tronco de la tarde. Lo malo es que no alcancé a leer lo último.

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