viernes, 1 de febrero de 2008

JABÓN OVNI...

Había tres chicas en un cuarto. Una de ellas era ella. Las otras dos parecían actrices de cine o cantantes multifamosas.

No sé porque pero ella estaba celosa. Las otras dos se acercaron diciéndome: No te vayas. Pero nos fuimos. Antes de irnos, la que se parecía a Madonna, me dio un beso entre el cachete y la boca. No supe como reaccionar. Solo espere que ella no hubiera visto el beso.

Salimos del cuartucho. Estábamos en una vecindad medio derruida por el tiempo y el clima. Nos fuimos tomados de las manos sin rumbo fijo. Solo caminar era la intención. La noche en esa vieja ciudad era oscura. Una mezcla de Querétaro a las tres de la madrugada con Vallejo D.F. a las dos.

La calle estaba apenas iluminada por focos de lámparas rotas a piedras. El barrio era lúgubre y de clase obrera. Paredes de ladrillos viejos y adobe mal pintado de blanco. Banquetas sucias con papeles de cárteles de Luchas Libres de hace varios meses volaban alrededor nuestro. Una noche muy fría.

Le dije a ella: Oye, tengo sed. Ella me contestó: Por aquí hay un lugar.

Rápidamente doblamos la esquina y ahí estaba. Una especie de tugurio con una entrada no apta para gente con miedo. Yo tenía mucha sed. Así que entramos. Un señor grande, medio canoso y barrigón nos saludo muy atentamente. Ella le pidió dos cervezas. Le dije: Yo no tomo, ¿no te acuerdas? Asintiendo me retiro la cerveza y me dio una coca fría. Gracias.

El lugar era más grande de lo que esperaba. Mucho más. Parecía una vieja arena de lucha libre.

--Siempre había querido entrar. Me dijo.

--Pues ya estamos aquí. Conteste dándole un trago a mi refresco

Cerca de nosotros estaban los locales del lugar. Todos viejos y borrachos. Algunos más que otros. También niños se paseaban por el lugar. Jugando con piedras.

Le pregunte al señor de la entrada que cuantos años tenía ese lugar: Más de treinta.

Me acerque a ella y le dije: Tengo más yo. Me sonrió. Ella estaba algo inquieta. Demasiado. ¿De nuevo andas en “aquello”? Me miró con esa mirada que te da a entender que estas equivocado, ó al menos eso quisieras. Ella me gritó: ¡Que no puedo estar así? Mejor me quedé callado. Me aleje de ella unos cuantos pasos. Ella hizo lo mismo.

Camine por entre las oscuras mesas del lugar. Me quede parado observando como ocurría lo que parecía era el ritual de todas las noches: Un grupo de gente vitoreaba a un niño y a un viejito, los cuales se dedicaban a matar ratas. Les aplastaban con grandes piedras sus cabezas ratoniles. El viejo (agachado debajo de una cortina de metal sacaba las ratas) para luego aventárselas al niño que con una habilidad escabrosa las tomaba por la cola y las estrellaba en el suelo. Después con su manita cargando una piedra se la dejaba caer sobre el pequeño cráneo. Crashpop! Cada rata muerta era depositada en una coladera y así durante largo rato.

Un extraño gusto me dio el tiempo que pude ver la matanza de ratas. Pero me canse de ver tanta tripa y sangre. Mejor decidí regresar con ella. Pero ella estaba platicando con un señor. Los dos estaban sentados cerca de la entrada. El lugar mejor iluminado. Pude ver que el señor no tenía una pierna. En su lugar tenía una prótesis hecha de cinta canela y cartón. Platicaban muy amenamente. Por un minuto sentí celos del minusválido ese. Mejor me acerque y le dije que ya nos fuéramos. Ella se negaba a irse. Seguía muy animada. Le dije que la gente se estaba marchando a sus casas. Ni así me hizo caso.

--Mejor vamos a ver que hay hasta atrás. Tomo mi mano y con fuerza corrimos los dos hasta el fondo del lugar. Por un momento odie toda la escena pues de pronto me di cuenta de que yo traía puestas unas chanclas. Y las odio. Podía sentir lo frío del piso. Y lo húmedo también. Recordé la sangre de las ratas.

Llegamos hasta donde la luz ya no llegaba. Nos quedamos parados tomados de la mano siempre. Esperando que nuestras pupilas se acostumbraran a la oscuridad. Mientras esto pasaba le comenté lo de las ratas.

--Hubieras visto la matazón que se armó.

--Ay, que bueno que no la vi. Me hubiera dado asco.

Por fin pudimos ver lo que teníamos enfrente. Unas escaleras inmensas que terminaban en un segundo piso todavía más grande que el lugar en donde estábamos parados. Además de escombros varios. Mesas, sillas, una abandonada barra de bar y además otro viejito que barría el lugar con una lentitud…muy lenta.

El vejete se nos quedo viendo y nos dijo: Hoy por aquí no pueden pasar. Esta prohibido. Mejor vengan otro día. La mano de ella apretó la mía suavemente. Y yo: en chanclas. Puts.

Podía ver en sus ojos (aún en la oscuridad tremenda) que se moría de ganas por subir esas escaleras. Pero el barredor anciano se impuso con su lenta actividad. El polvo que no podíamos ver se metía en nuestros ojos. Mejor ya vámonos me dijo. Accedí. Yo también quería subir. Copión me dijo.

De nuevo tomando su mano salimos del lugar aquel.

Comencé a toser muy fuerte.

Ese pinche polvo, le dije entre toses con flemas.

Pero no entiendes me decía viéndome desde una parte alta de la calle.

Así que me levante de la cama y prendí la mitad de un cigarro.

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